Somos más fuertes cuando escuchamos y más inteligentes cuando escuchamos (Rania Al-Abdullah).
Ni más, ni menos. Esta afirmación se explica por sí misma. Escuchar para después comunicar. Escuchar antes de hablar. Es la clave de la fortaleza y de la inteligencia.
A veces no se trata de escuchar en el sentido estricto: callar, escuchar y esperar. Sí, pero no. Otras veces, podemos llevar a cabo una escucha activa: observar incluso mientras hablamos, estar atentos a las señales y signos de nuestro interlocutor y, por supuesto, tener muy presentes sus argumentos porque a través de ellos nos está transmitiendo sus necesidades.
Está muy bien hablar; está muy bien escribir; está muy bien hacer uso de nuestra voz, de nuestros textos, nuestras afirmaciones, argumentos, etc. Nadie lo niega. Pero está mucho mejor ofrecerlos una vez que hemos escuchado y atendido las necesidades de nuestros receptores. Un receptor habla de diferentes maneras y lo inteligente es captar sus señales, tanto las explícitas como especialmente las implícitas.
Escuchar a nuestra audiencia nos dará poco a poco la fortaleza que necesitamos para comprenderla y satisfacer sus necesidades. Y, ¿quién mejor que ella misma para decirnos qué quiere, cómo lo quiere, cuándo lo quiere y por qué lo quiere?
Solo escuchando a nuestros receptores seremos capaces de subirnos a su barco y remar en su misma dirección, que de eso se trata.